miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ignacio Molina












-La última mentira que dijiste.

-“Diez minutos más.”

-¿Cómo llegás al momento de sentarte a escribir? ¿Algún ritual u obsesión?

-Ese momento siempre es diferente. Cuando estoy ya tomado por algún texto o proyecto que me entusiasma, suelo ser muy disciplinado y sentarme a escribir un rato o unas horas cada día. Pero cuando todavía no estoy enganchado con algo soy más inconstante. Y creo que no tengo ningún ritual ni obsesión. A veces escribo sentado a la computadora grande, a veces acostado en la cama con la notebook. Pocas veces en algún bar o lugar de paso. Durante mucho tiempo escribía una primera versión a mano y después la pasaba a la computadora. Así fue con mis dos primeros libros y con el comienzo de la última novela. Es un buen ejercicio y en el tránsito del papel hacia la pantalla se gana mucho, pero lleva demasiado tiempo. Además, creo que ya no me entendería muy bien la letra. 

-¿Golpes de inspiración o trabajo constante?

-Los golpes de inspiración llegan, sobre todo, cuando me pongo a escribir. Escribir es entrar en una especie de trance. Los primeros párrafos son pura racionalidad y conciencia, pero a partir de determinado momento los dedos empiezan a moverse solos sobre el teclado, guiados por la voz del narrador que les va dictando lo que tienen que poner. No siempre llega ese momento, pero cuando llega es genial. Y calculo que eso es a lo que se llama inspiración.

-¿Durante ese proceso, imaginás un lector? ¿Es alguien definido?

-Los lectores que puedo imaginar no tienen una cara o una personalidad muy definida. Siempre son como una mezcla de varias personas: un amigo cercano o lejano, un escritor conocido (mío) o desconocido, yo mismo hace diez años o dentro de diez años, etc.

-¿Qué otras actividades te inspiran?

-Esta pregunta podría tener dos acepciones: ¿Qué actividades te suben la libido y te dan ganas de ponerte a escribir? o ¿Qué cosas o situaciones te incentivan a escribir sobre ellas? Supongo que la intención de la pregunta está más cerca de la primera opción que de la segunda. Y la respuesta sería: escuchar música, caminar, el sexo, el amor, andar en bicicleta, las actividades relacionadas con: la amistad, los vínculos humanos en general, la familia, el trabajo, el ocio, el placer, el goce, el sufrimiento, las peleas, los malentendidos, y muchas otras. (Me doy cuenta de que la respuesta podría valer, casi en su totalidad, para las dos acepciones de la pregunta.)

-¿Sentís que tu escritura evoluciona o sentís que se modifica con el tiempo?

-Es una excelente pregunta. Me gustaría decir que evoluciona, aunque no estoy muy seguro de eso. En el 2013 publiqué una novela que, para mí (sé que algunos lectores piensan lo contrario), es mucho mejor que la que publiqué en el 2010, pero no sé si eso tiene que ver con una evolución en mi escritura o con otros factores. Es decir, no creo que la novela esté mejor necesariamente porque yo escriba mejor, sino porque así lo quisieron los personajes y el momento y el clima en que la escribí. No estoy seguro. Por otro lado, creo que los relatos del libro que escribí entre mis veintidós y mis veintiocho, Los estantes vacíos, siguen superando a muchos de los que estoy escribiendo ahora. Así que no sé si desde entonces hubo una evolución o sólo una progresión. Es una buena pregunta pero no creo estar dando una buena respuesta.

-¿Tenés alguna idea postergada por sentir que te faltan herramientas?

-Me parece que no.

-¿Cómo es tu experiencia con los editores y el proceso de publicación?

-Con mis editores de Entropía, que publicaron mis tres libros “más importantes”, ya tengo una relación de casi diez años (y los voy a mencionar, porque el nombre de un sello por sí solo no es nada: Valeria Castro, Sebastián Martínez Daniell, Gonzalo Castro y Juan Nadalini). Y mi experiencia con ellos siempre fue muy buena. Calculo que en una editorial de las llamadas medianas o independientes el trato con el autor siempre es más cálido, cercano y “artístico” que en una editorial grande. Con Entropía el trabajo previo a la publicación siempre fue muy fructífero, a veces más exhaustivo y a veces menos. Es muy interesante captar sus miradas, observaciones y correcciones y ver cómo el texto va tomando forma, cómo pasa de ser un archivo de Word en mi computadora a transformarse en un libro. Además, en los tres casos, ellos fueron los primeros lectores del original. Y está muy bueno ese momento en que, al ser leído por los demás, un texto empieza a tomar vida propia y a desprenderse de uno, de sus intenciones y de sus propias interpretaciones.

-¿Qué es un buen editor?

-Alguien que, entre otras cosas, siente que editar un libro es una gran inversión aunque no sea necesariamente un excelente negocio comercial. También, claro, debe ser un buen lector (o al menos un lector apasionado) y tener criterios amplios que vayan más allá de su gusto personal.

-¿Cómo se escribe hoy? ¿Las redes sociales modificaron la manera en que se piensa?

-Las redes sociales modificaron la manera de comunicarse entre las personas, y eso debe conllevar algún cambio en la forma de pensar. Pero no sé, en lo que se refiere a cuentos o novelas, cuán diferente se escribe desde su existencia.

-¿Con qué criterios define la crítica cuáles autores son importantes?

-No lo sé. Eso habría que preguntárselo a los críticos. Supongo que no habrá un criterio uniforme y que cada uno tendrá el suyo.

-El último libro que te haya sorprendido.

-Historia de Roque Rey, de Ricardo Romero.

-Un contemporáneo al que admires profundamente, en secreto.

-Preferiría seguir admirándolo en secreto.

-¿Cómo es tu relación con el dinero?

-El dinero es un mal necesario. Mi relación con la plata es parecida a mi relación con la salud: me altera cuando no la tengo y me es indiferente cuando la tengo. La plata por sí sola no me interesa nada y me aburren las personas que se la pasan hablando de guita. Me interesan muchas cosas, y la plata es sólo un medio para facilitar algunas de ellas y para sacarme preocupaciones. Pero sí, en las historias que escribo, puede interesarme pensar a la plata como problemática, como condicionante, como factor fundamental en las relaciones entre los personajes y de los personajes con sus propias vidas, sus tiempos, sus trabajos y las cosas que hacen.

-¿Y tu relación con el tiempo?

-El tiempo es mi principal enemigo.

-¿Cuánto se resigna para escribir, digamos, “profesionalmente”?

-No sé. Creo que yo no resigno demasiado. Como nunca tuve facilidad para ganar mucha plata, ni tampoco el afán de hacerlo, no es que ahora estoy resignando un ingreso importante por escribir. No es que estoy dejando la gerencia de una gran empresa para retirarme a una casa en la montaña a escribir novelas. Por otro lado, al menos en Argentina los términos “literatura” y “profesionalismo” no se llevan bien. Sin embargo, yo hoy puedo decir que vivo de la escritura y de la literatura: escribo (ficción y otras cosas), doy talleres literarios, corrijo libros. Y eso me permite organizarme de un modo tal que tengo que resignar muchas menos cosas que cuando trabajaba afuera con horarios de oficina. (Antes, por ejemplo, no podía ir a buscar a mi hijo a la escuela ni llevarlo a las clases de fútbol ni almorzar con él, ahora sí. Y como esas, muchas otras cosas.)

-¿Imaginás cómo te perciben tus pares? ¿Y el que te lee? ¿Es lo mismo?

-No sé. A muchos de mis pares los conozco y algunos de ellos son mis amigos, así que ahí no tengo que imaginar nada. Y en cuanto a los lectores no escritores, calculo que si me leen es porque tienen una imagen “positiva”, lo que sea que eso signifique. Y es difícil conocerlos. Lo más cerca que estoy de conocerlos es cuando me escriben para comentarme o preguntarme cosas sobre determinado libro o cuando me cruzo con alguno de casualidad o cuando vienen a mi taller. (En ese sentido los escritores tenemos una desventaja con respecto a, por ejemplo, los músicos, que tienen a su público ahí a la vista y cuando tocan reciben un feedback instantáneo. Nosotros sacamos el libro y, más allá de las lecturas en vivo, si no fuera por el mail o las redes sociales no nos enteraríamos nunca de quiénes nos leen. Sigo con la digresión: hoy, antes de ponerme a responder estas preguntas, fui a un asado al que el dueño de casa también había invitado a su prima y a la vez la prima había invitado a una amiga suya. Cuando esta chica llegó y se enteró de mi nombre, me dijo “ah, vos escribiste Los puentes magnéticos” y me contó que lo había leído por recomendación del novio de su hermana y que le había gustado y se me puso a hablar de la novela. Los demás lo tomaron como algo natural, pero para mí, como cada vez que me pasa algo por el estilo, fue un flash. Uno escribe un libro y no tiene ni idea de a la intimidad de quiénes va a llegar cuando se publique. Es como tirar mil botellas al mar y no tener idea de a qué orillas o lectores va a llegar en algún momento. Que alguien que podrías no haberte cruzado nunca se te ponga a hablar sobre personajes a los que les diste vida después de tener durante meses o años en tu cabeza es bastante increíble.) Si la pregunta hace referencia a la imagen personal que otros escritores o lectores tienen de mí, entonces la respuesta sería que imagino que nadie tiene la posta. Que la imagen que uno puede dar a través de lo que escribe e, incluso, a través de las redes sociales, en realidad puede tener muy poco que ver con uno. O que puede tener que ver de una manera muy parcial.

-¿Qué te angustia?

-El paso del tiempo.

-El mejor consejo que te dieron.


-No sé si la pregunta alude a un consejo literario o a un consejo vital. Consejos literarios no recuerdo ninguno en especial en este momento. Consejo vital, sí. Me lo dio una amiga (o conocida, no sé bien cuál es la frontera entre una cosa y otra) escritora, desde su cama de hospital, una semana antes de morir. “Cuando estés así de trágico, reíte un poco”, me dijo. Y fue el mejor consejo que me dieron en mi vida/////.


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IGNACIO MOLINA

Nació en Bahía Blanca en 1976. Publicó el libro de cuentos Los estantes vacíos (Entropía, 2006), los libros de poemas Viajemos en subte a China (Pánico el Pánico, 2009) y El idioma que usan todos (Pánico el Pánico, 2012), las novela Los modos de ganarse la vida (Entropía, 2010) y Los puentes magnéticos (Entropía, 2013), y el libro En los márgenes (2011), basado en textos de su blog Unidad Funcional. Como periodista ha colaborado en diferentes medios gráficos y publicado el libro Tribus Urbanas (Kier, 2009). Trabaja como corrector de estilo y dicta talleres de escritura grupales e individuales.

















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