martes, 28 de octubre de 2014

Juan Manuel Candal






-La última mentira que dijiste.

-Todos decimos mentiras livianas todo el tiempo. Ejemplo: alguien te pregunta cómo estás, tenés un mal día y no tenés ganas de contestar, decís “bien, todo tranquilo” y por supuesto que no estás bien. Pero sacando ese tipo de mentiras casi de economía verbal, en general creo que sólo me miento a mí mismo a veces. Me gusta pensar que cada vez menos, o que cada vez desconfío mejor de mí mismo.

-¿Cómo llegás al momento de sentarte a escribir? ¿Algún ritual u obsesión?

-Necesito una computadora, no me gusta escribir a mano, salvo que esté tomando notas o haciendo diagramas. Como suele pasar a la mayoría de los que escriben, no vivo de esto, así que intento encontrar mis momentos. Si veo que tengo cuarenta minutos, ni siquiera lo intento, sé que mis tiempos son más largos. Mi único ritual es tener al menos dos horas y media, tres, como mínimo. Necesito ese tiempo para pasarlo frente a la pantalla, pelearme un poco con el estado de las cosas en la página. Esa pulseada —y siempre hay una pulseada— entre lo que uno quiere escribir y el modo en que logra hacerlo, necesita, en mi caso, de una mínima garantía de tiempo.

-¿Golpes de inspiración o trabajo constante?

-Hay gente que no cree en la inspiración. No es casual que su escritura siempre tenga un aroma a oficio y método más que a entraña y epifanía. Creo que los grandes momentos de las mejores novelas están dados por la inspiración. Por otro lado, hay un trabajo necesario para conectar esos grandes momentos. Pero más importante, el escritor no trabaja únicamente cuando escribe. Está trabajando cuando se toma el colectivo, cuando está en la cola del Pago Fácil, cuando pasea entre las góndolas del chino. No sólo porque siempre está activo el pensamiento, sino, y creo que es más importante, hay una percepción que se afina todo el tiempo, que se encuentra con singularidades en lo cotidiano y esas singularidades se transforman en disparadores de ideas, de discurso y de la imaginación.

-¿Durante ese proceso, imaginás un lector? ¿Es alguien definido?

-Sí, me parece inevitable. Aunque generalmente al comienzo ese alguien varía: en mi cabeza desfilan escritores amigos o compañeros de ruta. Esto no implica una decisión de libertad o censura. También pienso en un lector desconocido e ideal, y otro también desconocido pero impaciente e irritable con mis métodos.

-¿Qué otras actividades te inspiran?

-Casi toda actividad artística me interesa. La ciencia y la filosofía. La arquitectura. El diseño. Pero sobre todas las cosas, descreo absoluta y enfáticamente en esa idea tan de taller que reza que deberíamos evitar a los personajes escritores. Es curioso, porque es la misma gente que si sabe que sos escritor y chef, te va a decir que escribas sobre el mundo de la cocina profesional, que escribas sobre lo que sabés. Pero no quieren que escribas sobre los procesos del escritor, lo tildan como un facilismo y me parece no sólo un lugar común, sino uno particularmente necio.

-¿Sentís que tu escritura evoluciona o se modifica con el tiempo?

-Mis primeros cuentos y novelas eran mucho más narrativos en un sentido clásico-moderno. Pensaba mucho más en los arcos de tensión, en el desarrollo de los personajes, conflicto, verosímil, etc. En ese sentido, algo que tengo clarísimo es que cada vez me interesa menos la tiranía del verosímil. Lo cual no implica hacer cualquier cosa, sino más bien no hacer de los personajes entidades tan rígidas. Te dicen que un arquitecto de clase media, por ejemplo, debe tener una perspectiva del mundo que responda a esos rasgos, y que el virtuosismo está en hacerlo de forma sutil. Pero nosotros no pensamos todo el tiempo respondiendo a un verosímil, en la vida real rompemos nuestro propio verosímil a cada rato, pasamos por diferentes circuitos de percepción y actuamos muchas veces con absoluta falta de registro. Me gusta que los personajes no queden atrapados por una serie de características, por el discurso, que sus diálogos no respondan a esa suerte de grilla predeterminada.

-¿Tenés alguna idea postergada por sentir que te faltan herramientas?

-Sí. Es curiosísimo pero no se parece en nada a lo que escribí ni lo que escribo en general. Pero desde hace unos 15 años tengo una idea que empezó como un guion de cine y si algún día la escribo, será una saga de libros que oscila en algún lugar entre la ficción orwelliana y la depuración de Stanislaw Lem, quizás pasando por el George R.R. Martin más político que el fantástico. Lo más extraño, supongo, es la razón de este aplazamiento y es que no termino de encontrar los nombres de los personajes importantes (que son muchos) y no tener los nombres me aleja de ellos, siento que no puedo escribirlos de manera genuina, que sería un proceso más cercano a un simulacro. Me pesa mucho el nombre de los personajes, siempre.

-¿Cómo es tu experiencia con los editores y el proceso de publicación?

-Mi experiencia ha sido siempre muy buena, no sé si tuve más suerte que otra gente con los editores o si es que me gusta mucho todo el proceso porque también estuve del otro lado. Si uno puede dejar el ego estacionado a la hora de hablar con los editores, estos no muerden, a lo sumo hay editores con los que uno comparte una afinidad literaria más que con otros. Después, todos viven siempre enquilombados y un poco atormentados también, más de lo que dejan entrever.

-¿Qué es un buen editor?

-Definir al buen editor se me hace imposible sin escribir el equivalente a 5 páginas. Te lo respondo de esta manera: ¿era un buen editor Gordon Lish? Creo que el modo en que escritores y editores se posicionen ante esa pregunta podría marcar un primer acercamiento a una síntesis de respuesta.

-¿Cómo se escribe hoy? ¿Las redes sociales modificaron la manera en que se piensa?

-Hoy se escribe con muchísimo manejo de la sinécdoque para todo lo que no es esencial. Hablo de la escritura que me parece lograda. Ya no se escribe contra los “padres literarios” sino más bien contra el momento que acaba de pasar. Se escribe contra la última página que uno firmó, y se escribe contra el pensamiento muerto, la literatura que en el siglo XXI todavía regurgita las formas del siglo XIX y no como recurso estético, sino por incapacidad de salirse de un paradigma. Sobre el tema de las redes sociales, lo más interesante es que terminaron por demostrar que es una falacia la idea de que existe una vida real y una virtualidad: todo es parte del mismo entramado, las piezas están repartidas en ambas situaciones y el movimiento de una pieza modifica el panorama del tablero general.

-¿Con qué criterios define la crítica cuáles autores son importantes?

-Hay una crítica conservadora que busca los valores de hace cincuenta años. Que aplaude a autores prolijos por ser eficaces en la exposición de ideas e imaginaciones simples. Se me ocurre ahora que ese tipo de crítica ama los géneros, porque es mucho más sencillo darse cuenta cómo algo funciona cuando está claramente enmarcado en un género. Y después hay críticos de solapa que sólo resumen el argumento y la bio del autor, y unos pocos que hacen lecturas muy interesantes, generalmente en medios más siderales.

-El último libro que te haya sorprendido.

-Chronic City, de Jonathan Lethem, es una novela que leí hace un par de años y me pareció interesantísima —por momentos muy árida— pero que tiene algo de milestone literario: un punto desde el cual pensar cuál es la literatura de hoy. Luego, ocurre que algunos de los mejores libros que leí son de gente que conozco y entonces no me sorprende tanto cuando veo los triunfos que obtienen con su prosa. Un libro de cuentos que me sorprendió mucho fue Cómo escribir sin obstáculos, de Francisco Cascallares. Es un gran libro que no tendría que pasar desapercibido.

-Un contemporáneo al que admires profundamente, en secreto.

-No tengo secretos, siempre hablo de los autores que admiro, sobre todo de los contemporáneos. Pero se me ocurre ahora que hay autores que admiro profundamente sin poder reducirlos a un libro en particular. Por ejemplo, Martin Amis. Si me piden que recomiende una novela de Amis, estaría horas dándole vueltas al asunto. Lo más interesante de Amis es cómo construye a Amis, ese autor que ya es una obra en sí mismo y escribe luego novelas y cuentos como fractales. Algo parecido ocurre con Ramiro Sanchiz. Andrés Neuman me parece un autor poco valorado y por las razones más abyectas, y a veces es difícil mencionarlo sin que te miren con condescendencia.

-Tu top five. Vale todo.

-1. Audiovisual: Kubrick, Antonioni, Tarkovski, Lost, Game Of Thrones, True Detective, The Leftovers.
2. Músical: Beethoven, Debussy, Ligeti, Pink Floyd, Depeche Mode, Serú Girán, Fiona Apple, Pearl Jam, Leonard Cohen.
3. Las charlas de café, mano a mano, en las que el tiempo se hace elástico y el espacio se vuelve una cápsula traslúcida.
4. El momento en que parás de escribir porque te das cuenta de que acaba de suceder algo intenso, que un párrafo reveló una musicalidad y una entraña que no esperabas alcanzar.
5. Todo lo previo, compartido con alguien cuya mirada te desarme y te conmueva, alguien con quien exista una conexión profunda que se transforme en una especie de hogar compartido.

-¿Cómo es tu relación con el dinero?

-Nos engañamos todo el tiempo, nunca logramos ser fieles el uno al otro. A veces nos separamos y cuando nos reencontramos nos prometemos una lealtad poco creíble.

-¿Y con el tiempo? ¿Cuánto se resigna para escribir, digamos, “profesionalmente”?

-No me gusta la idea de escribir “profesionalmente”, lo cual puede deducirse de todo lo dicho previamente. Considero escritor profesional al redactor de noticias de un diario, pero no al autor literario. El tiempo es un préstamo, un pecado original que siempre se nos está cobrando. Lo único que podemos hacer es tratar de que nuestro tiempo sea algo más que un tiempo mecánico en el que dormimos, comemos, miramos TV, trabajamos, salimos a tomar una cerveza, incluso escribimos. Supongo que la única manera de relacionarnos bien con el tiempo es salir de esos mecanismos, encontrar el minuto por el que vale la pena ya no sólo ese día, ni siquiera tu vida, sino ese minuto por el que vale la pena que exista el cosmos y haya algún tipo de orden. Un minuto por el que valga la pena concebir el tiempo.

-¿Imaginás cómo te perciben tus pares? ¿Y el que te lee? ¿Es lo mismo?

-Trato de no imaginar mucho cómo me perciben mis pares porque soy irremediablemente malo para eso. No sé cómo me percibe un lector, pero creo que es un derecho pleno del lector el pensarme como le dé la gana. Creo que con mis pares hay una relación de camaradería y apoyo y con el lector casual una tal vez más íntima, justamente porque no sabe quién es el tipo que firma el libro y entonces el lector te hace a su imagen y semejanza.

-¿Qué te angustia?

-Saber que alguien que quiero está mal y no poder hacer nada al respecto.

-El mejor consejo que te dieron.


-No sé si sea el mejor, ni siquiera sé si me convence del todo, pero es uno que siempre me acuerdo y me dieron hace unos 3 o 4 años: si vas a salirte de lo establecido, que sea una salida virtuosa./////




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JUAN MANUEL CANDAL

(Buenos Aires, 1976) se licenció como director/ guionista de cine. Publicó los volúmenes de cuentos Yo robé tu nombre (2009), Siempre tendremos Venezuela (2011), Intimidad para el ojo iniciado (2013), además de las novelas Mundo Porno (Interzona, 2012), y Boutade (Pánico el pánico, 2013) y el libro de ensayos Rosas para Stalin + el magnífico legado de Curtis LeMay (2013). Colabora en varios medios periodísticos como crítico y ha publicado cuentos en diversas antologías y revistas especializadas. Ha sido traducido al portugués y al esloveno.

PROYECTOS

En breve se estará publicando un nuevo volumen de cuentos, Prisma, y una novela titula Un lugar donde no haya literatura.








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