-La última
mentira que dijiste.
-“Mañana me
levanto temprano”.
-¿Cómo llegás al
momento de sentarte a escribir? ¿Algún ritual u obsesión?
-Llego porque el
texto me llama. Si no hay texto en proceso de trabajo, llego porque alguna idea
empieza a molestarme tanto que tengo que escribirla para que no se escape. No
sé si es un ritual, pero prefiero escribir fumando algo rico y escuchando
música. Los géneros elegidos varían, aunque casi siempre hay algo de jazz,
música barroca y trip hop.
-¿Golpes de inspiración
o trabajo constante?
-Un poco de los
dos. Creo en eso de que la inspiración llega con el trabajo, pero al mismo
tiempo no puedo trabajar si no siento en el pecho algo que tiene que salir. La
inspiración empieza siempre con un llama de energía que no puede faltar. Si no
está, juego a la Play un rato y después leo un rato más.
-¿Durante ese
proceso, imaginás un lector? ¿Es alguien definido?
-Me imagino a mí
como lector. Salgo del rol de escritor y pienso si yo, como lector,
soportaría/disfrutaría/entendería eso que acabo de escribir. Por eso es tan
importante corregir el texto mil veces si es necesario, pero dejar pasar el
tiempo y volver a corregir. Y después lo mismo otra vez, con meses de
diferencia. Mis textos son el resultado de un diálogo entre mi yo escritor y mi
yo lector.
-¿Qué otras
actividades te inspiran?
-Hacer asados,
viajar, fumar porro, escuchar música, ver buenas películas, dar clases, tocar
el piano, tocar (un poco) el bandoneón, cocinar, regar las plantas, viajar a
Comodoro Rivadavia, jugar al FIFA (con San Lorenzo, siempre), mirar las luces
de colores de los boliches, pensar en Bolivia, acordarme del pasado.
-¿Sentís que tu
escritura evoluciona o se modifica con el tiempo?
-Evoluciona y por
eso se modifica. Lo siento con mucha claridad, pero no es ningún misterio. Fui
al taller de Liliana Heker y aprendí que los textos se trabajan hasta llegar lo
más lejos que sea posible. Como casi todo en la vida, es cuestión de práctica.
Escribir y corregir constantemente tiene que dar como resultando avanzar cada
vez un paso más adelante. O por lo menos eso es lo que debería pasar. Lo que
evolucioné fue mi vínculo con el acto de escribir. Entendí que no se trata de vomitar
un texto, suponer que es genial y salir corriendo a buscar editor; tampoco es
corregir las comas y alguna que otra palabra. Uno empieza a escribir recién
cuando el texto ya está escrito. El texto escrito no es ni siquiera una primera
versión; es un bloque de arcilla que hay que empezar a cincelar hasta darle
forma a lo que tenemos en la cabeza.
-¿Tenés alguna
idea postergada por sentir que te faltan herramientas?
-No, pero tengo
ideas postergadas por otros motivos e ignoro la existencia de un montón de
herramientas que, obvio, también me faltan. Casi todas las ideas que postergo
tienen que ver con que mi “yo lector” no está dispuesto a negociar todas la
estupideces que se le ocurren a mi “yo escritor”.
-¿Cómo es tu
experiencia con los editores y el proceso de publicación?
-Trabajo de
editor y tuve una editorial independiente, así que nunca tuve problemas para
vincularme con los editores; entiendo perfectamente la lógica del mercado y de
los márgenes, y también lo chiquito que es el negocio. Entiendo, también, que
los escritores no escapamos a las generales de la ley del capitalismo: somos
los primeros en la cadena y, por lo tanto, cobramos una ínfima porción de un
producto que no hubiera existido sin nuestra participación. En ese sentido,
tenemos la misma participación en la ganancia final que la que tiene cualquier
obrero en una fábrica. En nuestro caso con el agravante de que el mercado que
parece necesitar de nuestros productos es ínfimo, es decir, ya de por sí hay
muy poca plata para repartir. Todo eso lo entiendo, así que con los editores me
llevo bien, si ellos entienden todo esto del mismo modo que yo. En cuanto a la
parte literaria, suelo aceptar las sugerencias que me hacen los editores. Rara
vez me niego. Tiendo a pensar que el yo editor de esas personas es mucho mejor
que mi lector.
-¿Qué es un buen
editor?
-Un tipo que ve
la obra, ve el negocio y ve el autor; junta todo eso en su cabeza y logra
conformar una sociedad entre el artista y su plataforma. Pero también un tipo
que descubre, rescata y valoriza obras de arte que la humanidad no debería
perderse. Y hay un tercer tipo de buen editor que es Matías Reck.
-¿Cómo se escribe
hoy? ¿Las redes sociales modificaron la manera en que se piensa?
-Modificaron cómo
se piensa, en qué se piensa (definen, como los medios de comunicación, temas de
agenda) y, sobre todo, transformaron la escritura en un acto compartido.
Mientras escribo estoy siempre conectado y voy y vengo de las redes al texto.
Es claro que eso tiene que influir de muchas maneras en la literatura, que se
está volviendo una escritura coral y atemporal, porque al mismo tiempo que
interactuás por las redes estás yendo y viniendo por la historia del
conocimiento humano que cabe casi toda en Internet.
-¿Con qué
criterios define la crítica cuáles autores son importantes?
-A veces, por
amiguismo; otras veces, por sectarismo; en muchos casos, con real interés y
capacidad para descubrir el valor de una obra. En otros muchos casos, por
aburrimiento: los críticos se aburren de un concepto y pasan a otro, por lo
general totalmente opuesto con el anterior. A veces el criterio es
incomprensible. Van por sí solos o se combinan entre sí y abarcan todo el
espectro de lo que conocemos como “crítica”, desde reseñadores de contratapa
hasta tipos con mala leche. Por suerte en el medio hay un montón de gente que
sabe hacer equilibrio.
-El último libro
que te haya sorprendido.
-Me gustó mucho El Alud, de Esteban Castromán. Encuentro
puntos en común con Electrónica: hay una clase media post-noventa que empieza a
aparecer en la literatura, y eso significa que empieza a pensarse a sí misma. Si
la clase media es el origen de todos los males y todas las venturas de nuestro
país, me parece muy necesario que la literatura vuelva a explorarla.
-Un contemporáneo
al que admires profundamente, en secreto.
-Sebakis. Me parece un enorme intelectual, un gran
artista y una de las mentes más lúcidas de nuestro tiempo. Pero no es secreto
porque se lo digo cada vez que puedo.
-Tu top five.
Vale todo.
1) Cordero
pagagónico al asador, preferentemente en Comodoro Rivadavia.
2) El cine de
Godard, Truffaut, Herzog y Fellini.
3) Ir a la cancha
a ver a San Lorenzo.
4) … ;)
5) La música de Piazzolla, Radiohead, Bach y Air.
-¿Cómo es tu
relación con el dinero?
-Me encanta. Me
gusta tanto que odio gastarlo.
-¿Y con el
tiempo? ¿Cuánto se resigna para escribir, digamos, “profesionalmente”?
-No se resigna,
porque el tiempo en que escribo es el único que de verdad vale la pena.
-¿Imaginás cómo
te perciben tus pares? ¿Y el que te lee? ¿Es lo mismo?
-Tengo alguna que
otra idea de cómo me perciben. Tiendo a amplificar la percepción negativa y a
minimizar la positiva, pero la verdad es que la buena onda que me tiran mis
colegas es tan grande que deben quererme en serio. Por el lado de los lectores,
creo que me perciben de un modo bastante cercano a cómo soy realmente.
-¿Qué te
angustia?
-La muerte, sobre
todo en su variedad: “cayó un avión”. Escribo esto horas antes de subirme a un
avión. Si se llega a caer, ya saben.
-El mejor consejo
que te dieron.
-“Cuando cogés no
tenés que pensar”. Carlos Santos Sáez, poeta y sabio contemporáneo./////
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Nací en Buenos
Aires en 1977. Soy de Escorpio, ascendente en Piscis y luna en Leo. Serpiente
de fuego en el horóscopo chino. Publiqué las novelas Ruda macho (2010), El
impostor (2011) y Electrónica
(2014). También un libro de crónicas. Estoy escribiendo una novela nueva. Hincha
fanático de San Lorenzo. Amo Buenos Aires, pero vivo extrañando la Patagonia.
Creo en el Más Allá, aunque me parezca imposible.
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