miércoles, 15 de octubre de 2014

Enzo Maqueira




-La última mentira que dijiste.

-“Mañana me levanto temprano”.

-¿Cómo llegás al momento de sentarte a escribir? ¿Algún ritual u obsesión?

-Llego porque el texto me llama. Si no hay texto en proceso de trabajo, llego porque alguna idea empieza a molestarme tanto que tengo que escribirla para que no se escape. No sé si es un ritual, pero prefiero escribir fumando algo rico y escuchando música. Los géneros elegidos varían, aunque casi siempre hay algo de jazz, música barroca y trip hop.

-¿Golpes de inspiración o trabajo constante?

-Un poco de los dos. Creo en eso de que la inspiración llega con el trabajo, pero al mismo tiempo no puedo trabajar si no siento en el pecho algo que tiene que salir. La inspiración empieza siempre con un llama de energía que no puede faltar. Si no está, juego a la Play un rato y después leo un rato más.

-¿Durante ese proceso, imaginás un lector? ¿Es alguien definido?

-Me imagino a mí como lector. Salgo del rol de escritor y pienso si yo, como lector, soportaría/disfrutaría/entendería eso que acabo de escribir. Por eso es tan importante corregir el texto mil veces si es necesario, pero dejar pasar el tiempo y volver a corregir. Y después lo mismo otra vez, con meses de diferencia. Mis textos son el resultado de un diálogo entre mi yo escritor y mi yo lector.

-¿Qué otras actividades te inspiran?

-Hacer asados, viajar, fumar porro, escuchar música, ver buenas películas, dar clases, tocar el piano, tocar (un poco) el bandoneón, cocinar, regar las plantas, viajar a Comodoro Rivadavia, jugar al FIFA (con San Lorenzo, siempre), mirar las luces de colores de los boliches, pensar en Bolivia, acordarme del pasado.

-¿Sentís que tu escritura evoluciona o se modifica con el tiempo?

-Evoluciona y por eso se modifica. Lo siento con mucha claridad, pero no es ningún misterio. Fui al taller de Liliana Heker y aprendí que los textos se trabajan hasta llegar lo más lejos que sea posible. Como casi todo en la vida, es cuestión de práctica. Escribir y corregir constantemente tiene que dar como resultando avanzar cada vez un paso más adelante. O por lo menos eso es lo que debería pasar. Lo que evolucioné fue mi vínculo con el acto de escribir. Entendí que no se trata de vomitar un texto, suponer que es genial y salir corriendo a buscar editor; tampoco es corregir las comas y alguna que otra palabra. Uno empieza a escribir recién cuando el texto ya está escrito. El texto escrito no es ni siquiera una primera versión; es un bloque de arcilla que hay que empezar a cincelar hasta darle forma a lo que tenemos en la cabeza.

-¿Tenés alguna idea postergada por sentir que te faltan herramientas?

-No, pero tengo ideas postergadas por otros motivos e ignoro la existencia de un montón de herramientas que, obvio, también me faltan. Casi todas las ideas que postergo tienen que ver con que mi “yo lector” no está dispuesto a negociar todas la estupideces que se le ocurren a mi “yo escritor”.

-¿Cómo es tu experiencia con los editores y el proceso de publicación?

-Trabajo de editor y tuve una editorial independiente, así que nunca tuve problemas para vincularme con los editores; entiendo perfectamente la lógica del mercado y de los márgenes, y también lo chiquito que es el negocio. Entiendo, también, que los escritores no escapamos a las generales de la ley del capitalismo: somos los primeros en la cadena y, por lo tanto, cobramos una ínfima porción de un producto que no hubiera existido sin nuestra participación. En ese sentido, tenemos la misma participación en la ganancia final que la que tiene cualquier obrero en una fábrica. En nuestro caso con el agravante de que el mercado que parece necesitar de nuestros productos es ínfimo, es decir, ya de por sí hay muy poca plata para repartir. Todo eso lo entiendo, así que con los editores me llevo bien, si ellos entienden todo esto del mismo modo que yo. En cuanto a la parte literaria, suelo aceptar las sugerencias que me hacen los editores. Rara vez me niego. Tiendo a pensar que el yo editor de esas personas es mucho mejor que mi lector.

-¿Qué es un buen editor?

-Un tipo que ve la obra, ve el negocio y ve el autor; junta todo eso en su cabeza y logra conformar una sociedad entre el artista y su plataforma. Pero también un tipo que descubre, rescata y valoriza obras de arte que la humanidad no debería perderse. Y hay un tercer tipo de buen editor que es Matías Reck.

-¿Cómo se escribe hoy? ¿Las redes sociales modificaron la manera en que se piensa?

-Modificaron cómo se piensa, en qué se piensa (definen, como los medios de comunicación, temas de agenda) y, sobre todo, transformaron la escritura en un acto compartido. Mientras escribo estoy siempre conectado y voy y vengo de las redes al texto. Es claro que eso tiene que influir de muchas maneras en la literatura, que se está volviendo una escritura coral y atemporal, porque al mismo tiempo que interactuás por las redes estás yendo y viniendo por la historia del conocimiento humano que cabe casi toda en Internet.

-¿Con qué criterios define la crítica cuáles autores son importantes?

-A veces, por amiguismo; otras veces, por sectarismo; en muchos casos, con real interés y capacidad para descubrir el valor de una obra. En otros muchos casos, por aburrimiento: los críticos se aburren de un concepto y pasan a otro, por lo general totalmente opuesto con el anterior. A veces el criterio es incomprensible. Van por sí solos o se combinan entre sí y abarcan todo el espectro de lo que conocemos como “crítica”, desde reseñadores de contratapa hasta tipos con mala leche. Por suerte en el medio hay un montón de gente que sabe hacer equilibrio.

-El último libro que te haya sorprendido.

-Me gustó mucho El Alud, de Esteban Castromán. Encuentro puntos en común con Electrónica: hay una clase media post-noventa que empieza a aparecer en la literatura, y eso significa que empieza a pensarse a sí misma. Si la clase media es el origen de todos los males y todas las venturas de nuestro país, me parece muy necesario que la literatura vuelva a explorarla.

-Un contemporáneo al que admires profundamente, en secreto.

-Sebakis.  Me parece un enorme intelectual, un gran artista y una de las mentes más lúcidas de nuestro tiempo. Pero no es secreto porque se lo digo cada vez que puedo.

-Tu top five. Vale todo.

1) Cordero pagagónico al asador, preferentemente en Comodoro Rivadavia.
2) El cine de Godard, Truffaut, Herzog y Fellini.
3) Ir a la cancha a ver a San Lorenzo.
4) … ;)
5) La música de Piazzolla, Radiohead, Bach y Air.

-¿Cómo es tu relación con el dinero?

-Me encanta. Me gusta tanto que odio gastarlo.

-¿Y con el tiempo? ¿Cuánto se resigna para escribir, digamos, “profesionalmente”?

-No se resigna, porque el tiempo en que escribo es el único que de verdad vale la pena.

-¿Imaginás cómo te perciben tus pares? ¿Y el que te lee? ¿Es lo mismo?

-Tengo alguna que otra idea de cómo me perciben. Tiendo a amplificar la percepción negativa y a minimizar la positiva, pero la verdad es que la buena onda que me tiran mis colegas es tan grande que deben quererme en serio. Por el lado de los lectores, creo que me perciben de un modo bastante cercano a cómo soy realmente.

-¿Qué te angustia?

-La muerte, sobre todo en su variedad: “cayó un avión”. Escribo esto horas antes de subirme a un avión. Si se llega a caer, ya saben.

-El mejor consejo que te dieron.

-“Cuando cogés no tenés que pensar”. Carlos Santos Sáez, poeta y sabio contemporáneo./////


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 Enzo Maqueira
        
Nací en Buenos Aires en 1977. Soy de Escorpio, ascendente en Piscis y luna en Leo. Serpiente de fuego en el horóscopo chino. Publiqué las novelas Ruda macho (2010), El impostor (2011) y Electrónica (2014). También un libro de crónicas. Estoy escribiendo una novela nueva. Hincha fanático de San Lorenzo. Amo Buenos Aires, pero vivo extrañando la Patagonia. Creo en el Más Allá, aunque me parezca imposible.








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