–La última mentira que dijiste.
–No tengo una gran memoria. Mi impresión es que la mayoría de mis mentiras
son poco importantes. Una que últimamente sale mucho es “lamentablemente, no
voy a poder ir”, que internamente me habilita a dejar de lado cumpleaños para
ir a recitales sin quedarme con la plusvalía de culpa.
–¿Cómo llegás al momento de sentarte a escribir? ¿Algún ritual u obsesión?
–Trato de dedicarle al menos quince minutos diarios al desarrollo de algún tipo
de proceso relacionado a aquello en lo que estoy trabajando, que en general
consiste en escribir, pero a veces también en corregir o investigar alguna
pelotudez. (Soy muy vago, tampoco me imagines devorando manuales en coreano). Mañas,
tengo un montón, pero todas duermen afuera a la hora de escribir. En general,
pongo algún playlist que me armo con las recomendaciones de Spotify, y le doy.
(Ah, y ahora estoy escribiendo de pie y en la cocina, a la que lenta pero
irremediablemente estoy convirtiendo en mi oficina. Es una cosa del último año,
que probablemente no vaya a durar).
–¿Golpes de inspiración o trabajo constante?
–Tengo un pleno jugado a la constancia. Cuando hay dando vueltas alguna idea
que me entusiasma, la anoto donde puedo, y después la vuelco a la compu. Pero
es improbable que la desarrolle en ese mismo momento.
–¿Durante ese proceso, imaginás un lector? ¿Es alguien definido?
–Creo que no. Trato de hacer lo que más me entusiasma. El lector imaginado
(e hipotético) irrumpe a la hora de corregir. Y toma varias caras, como el protagonista
de “Una mirada en la oscuridad”, de Dick, cuando se pone la máscara mezcladora.
Aparecen los amigos que escriben, los escritores que admirás (clases que en
ocasiones se pisan), y, eventualmente, lectores anónimos, de esos que leen
libros rebuscados y de esos que no. (Los personajes de la enumeración anterior
aparecen por orden de importancia).
–¿Qué otras actividades te inspiran?
–Mi principal fuente de interés es la propia literatura. Leo cosas que me
entusiasman, e intento apropiármelas. A veces quedo de este lado del plagio, a
veces, del otro. Pero esa no era la pregunta. A ver si esto responde: me
gustaría generar por medio de la escritura el mismo tipo de entusiasmo (aparece
mucho esta palabra en el cuestionario) que me despiertan ciertas cosas del
mundo: ciertos temas, ciertas experiencias que te inyectan intensidad (amores,
viajes, aventuras de distinto orden). Pero también me gustaría que eso que
escribo (abran comillas) sea real (cierren comillas), en el siguiente sentido:
que los peligros y temores y achaques que esos afanes conllevan también se vean
plasmados en la página. Y, de ser posible, que la traspasen.
–¿Sentís que tu escritura evoluciona o se modifica con el tiempo?
–Sí, cambia mucho. En general, se hace más legible, y menos enfocada en mí
–en mis vicios, caprichos y achaques. (Dicho esto, debo confesar que esto no
parece aplicarse al último libro que me publicaron).
–¿Tenés alguna idea postergada por sentir que te faltan herramientas?
–Cuando archivo un proyecto –y son legión-, lo hago porque (y acá empiezan
las metáforas) no me trasportaron, no me metieron de prepo en un mundo mejor,
porque no me convirtieron en una máquina que no puede hacer otra cosa más que
escribir eso que estoy escribiendo. Quizás debería corregir esto último, porque
cuando no tengo nada que me genere eso, sigo desarrollando cosas que solo me
parecen (más o menos) interesantes, pero no me copan de un modo visceral. Lo
hago con la esperanza de que alguna vez aparezca esa chispa (por ahora, no
pasó), o para mantener la mano caliente.
–¿Cómo es tu experiencia con los editores y el proceso de publicación?
–Muy buena. Leyeron los originales con más o menos detalle de acuerdo al
caso, y fueron más o menos firmes con las sugerencias, pero hasta ahora siempre
obtuve de ellos lo que buscaba, y en todos los casos, el original mejoró con el
proceso de corrección
–¿Qué es un buen editor?
–En relación con una obra en particular, tiene que hacer lo que está a su
alcance para mejorarla. Eso incluye recortes, pedidos de ampliación y
reformulación más o menos radical, de acuerdo al caso, pero también transitar
modos eficaces de hacer que el autor haga lo que él quiere. A veces va a tener
que ponerse firme, pero en general, va a tener que sobarle el lomo.
En relación con la
totalidad actual, futura y posible de libros publicados por una editorial, no
tengo una opinión tan firme. Prefiero las editoriales que me hacen creer que
tienen una línea más o menos clara, y que mal que mal me ofrecen la ilusión de
un “piso de calidad”. Pero también quiero que me vendan que pueden correrse de
esa pretendida línea sin decir agua va. En resumen, no creo que esté pidiendo
algo muy sensato.
–¿Cómo se escribe hoy? ¿Las redes sociales modificaron la manera en que se
piensa?
–Empiezo por el final: por supuesto que sí. Las redes sociales son parte
integral de nuestra vida cotidiana, y es inevitable que modifiquen nuestros
hábitos y disposiciones de todo tipo, las mentales en general, las literarias
en particular. Parte de la literatura actual hace que los modos de las redes
sociales muten en formas de narrar, en un rango tan amplio de casos como el que
va de Seba Robles hasta Alejandro López. Sobre lo primero,
hoy, en Argentina, y dentro de lo que en algún sentido más o menos generoso podemos
llamar ‘nuevas camadas’, hay varias subcorrientes. Una muy bullangera que está
en el ojo de la tormenta es la de los narradores del hi-reviente: Sklar,
Unamuno, Lloyds, Maqueira. Después tenés al grupo de minimalistas cordobeses
(Lamberti, Falco y compañía), los aireanos como Ávalos Blacha o Farrés o Ariel
Idez, y después estamos el resto, empaquetados en subgrupos menos distintivos.
Hay muchísimos autores muy interesantes, y me cuesta abarcarlos (digo,
conceptualizarlos) a todos. En resumen, estoy a favor.
–¿Con qué criterios define la crítica cuáles autores son importantes?
–Hay dos preguntas que se esconden detrás de esa que me hacés. La primera
pide una descripción de los estándares que los críticos realmente existentes
usan para evaluar textos, y se responde haciendo algo así como sociología de la
crítica literaria. Y yo no consumo tanta crítica como para darte una respuesta
interesante. La segunda pide una respuesta normativa, y acá me siento más libre
para tirarte irresponsablemente mi parecer. Me gustaría que privilegiaran a
quienes hacen cierto equilibrio entre un afán experimental, buscan entretener a
todos (y no solo a los que no leen) y e intentan dar una nueva mirada sobre el
presente (real o imaginario).
–El último libro que te haya sorprendido.
– “El Atlas de las Nubes”, de David Mitchell.
–Un contemporáneo al que admires profundamente, en secreto.
–Fabián Casas, si le sacamos la parte secreta. En general no tengo ese tipo
de secretos.
–Tu top five. Vale todo.
–Bowie, Messi, Linklater, Ginobili y Lou Reed. Si nos restringimos a la literatura, David Foster Wallace, Bolaño,
Dostoievsky, Gombrowicz y Dick.
–¿Cómo es tu relación con el dinero?
–Estamos en buenos términos. Trabajo más o menos de lo que me gusta, mi
posición es relativamente estable, y me alcanza para vivir sin angustiarme. Y
espero que la cosa siga así.
–¿Y con el tiempo? ¿Cuánto se resigna para escribir, digamos,
“profesionalmente”?
–También es buena. Todos los días paso algo –a veces muy poco- de tiempo
haciendo cosas tengan que ver con la escritura, que no siempre es escribir. Con
eso me alcanza –internamente, digo. Con respecto la segunda parte de la
pregunta, supongo que los escritores profesionales (estoy pensando más que nada
en los norteamericanos, que son los del mercado más importante) resignan algo
de libertad, tanto en la temática elegida como en los procedimientos empleados como
en los plazos de entrega, porque tienen que producir algo que aprueben sus
editores, que se venda en la medida de lo esperado, que genere interés por
pagarles el siguiente libro, o todos los libros por venir. Pero, como con
cualquier disciplina, la profesionalización trae, en general, muchos más
beneficios que desventajas. El tiempo –y la exclusividad– genera que se escriba
más, mejor y más rápido.
–¿Imaginás cómo te perciben tus pares? ¿Y el que te lee? ¿Es lo mismo?
–Me da miedo. Prefiero la ignorancia y la negación. Supongo que los que me
leen –digo, los que leyeron alguna vez algo de lo que escribí– son, en buena
medida, otros escritores. En este circuito (como en tantos otros, tampoco nos
creamos especiales), manda la endogamia.
–¿Qué te angustia?
–La muerte (propia y la de ese conjunto de límites vagos llamado “mis seres
queridos”), la enfermedad, el sufrimiento, el paso del tiempo. Todo bastante
estándar.
–El mejor consejo que te dieron.
–Mi memoria es muy mala, así que no te puedo responder como me gustaría.
Pero hay una línea de un tema de Radiohead que vale como consejo que en algún
momento me sirvió (y hoy día, quizás no tanto): si hacés lo mejor que podés, es
suficiente/////.
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MATÍAS PAILOS
Nací en 1976, en Buenos Aires. Acabo de terminar
una novela de ciencia ficción ambientada en Seúl, y estoy escribiendo una
novela que en verdad son varias subnovelas de inspiración beatnik alrededor del
mundo del rock indie. Tengo en el cajón, con voluntad de corregirlo y
enrarecerlo, un ensayo sobre el llanto masculino. Y no mucho más.
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